
De días transcurridos y amaneceres creados
Ella lo observará con detenimiento. Fijamente, depositará dos luminarias sobre la faz que emana un aroma a sorpresa y juvenil escalofrío. Con su mano, lenta y sutilmente, tomará la mejilla que de él es propiedad. La energía nueva será de ambos, él y ella. Al fondo, la algarabía de colores y ritmos apresurados los envolverá.
Él contemplará cada detalle: desde la frente despoblada hasta los labios pacientes, trazará mentalmente un retrato. En su pausada respiración reflejará la antesala de un minuto sin nada que lo interrumpa. Sentirá que la noche aguarda junto con algo dentro de ella.
Los dos, reclinados en la comodidad, serán como melodía y contrapunto en una sola pieza. En su humana y sublime manifestación, sonreirán conteniendo el fervor dulce de su interior. Estarán más cerca que nunca uno del otro; no obstante, flotarán en la infinidad cósmica.
Renunciarán a la vista y al oído, otorgando el cetro correspondiente al tacto. Ella, con sus palmas de incomparable tersura; él, con su nariz sin aire. Los dos irán palpando a ciegas cada rasgo de sus rostros. Invidentes de la noche, irán aspirando cada partícula del aroma mutuo. Los jardines adoquinados y los pasillos de bibliotecas añejas impregnarán el lugar, donde los enervados y ebrios transitan con su belleza efímera.
Ella probará una boca entreabierta que oscila como placa tectónica. Él degustará un milímetro cuadrado que guarda la distancia de las Delicias Celestes. Las personas le llamarán beso; en cambio ellos, extintos humanos anacrónicos, le darán el nombre de cada minuto acaecido desde alpha y omega.
Beberán una savia que no ha sido descubierta; en el umbral del rapto suicida, ella lo traerá sucesivamente al nacimiento de su homónimo proceder. La cuenta regresiva se detendrá cuando él yazga sobre la bella diestra de la diminuta fortaleza. El reto que es su adicción le llevará a formular una interrogante que sabe a principio y fin de toda existencia concebible.
Envueltos en la oscuridad, ella invocará al alba con la afirmación que germinaba lentamente en el pretérito subjuntivo. Muerto y renacido, él se sujetará de la emperatriz. Habiendo cerrado la brecha, ella lo abrazará de nuevo, cubriendo sus latidos, regocijando al silencio sagrado de un secreto hermoso.
Binomio de mar y cordillera; de amanecer y noche; vanguardia e historia, tendrá su apogeo y natalicio en el penúltimo del quinto. Habrá silencio y regresará la vista, volverá el oído.
Ella contemplará el semblante de su torre y defensa.
Él apreciará la sutileza de su paz y motivo.
Ambos, rebosantes de una alegría serena, trazarán el derrotero para las cabalgatas hacia cada puesta de Sol.
El primer instante de un fulgor detrás de la aurora.
El primer día donde no hay soledad.
El primer "nosotros"...
Sobrevendrá el presente, con el hoy como nombre y el cariño como apellido.
A ti, respuesta precisa para cada pregunta que tengo