20 de diciembre de 2010

Regalo inolvidable

Nazco en ti cada mañana; vivo en ti cada día

Tu voz se mezclaba con frío y neblina
cuando lentamente avanzaba la noche.
Te fuiste de pronto y la espera sin prisa
me hacía respirar preocupado e insomne.

La puerta, entreabierta, la luz temerosa
dejaban atisbos a la incertidumbre.
El tiempo engañaba a la mente ociosa
que anticipa hechos por mera costumbre.

Así apareciste, tus ojos brillaban
y el canto sublime entonabas.
Los pasos muy lentos que ya se acercaban
la rigidez cruel me quitaban.

Tú, siendo testigo de un año naciente
llevas en tus manos el hermoso obsequio:
el sólido espacio del deseo ferviente
que alimenta a diario la fe de este necio.

Pedí ante tu rostro: seguir siempre juntos,
volar por la vida tomando las manos.
Con el corazón deambulamos por mundos
que construimos al paso de los años.

Me das una paz que sólo en ti encuentro
y perdura sobre los días tortuosos.
Pero limitado, a veces los siento
sin ver que a tu lado son todos hermosos.

El miedo no existe detrás de tus labios
que cantan la dulce melodía de tiempo,
en tonos angélicos, suaves y sabios
volando en un baile que va con el viento.

A ti, por ser testigo de la vida a la que das fuerza y alegría