
Es el acto perfecto, donde la figura principal es el origen de mi desorden predilecto
Se abre el telón y las luces se encienden levemente.
Una atmósfera color ámbar ilumina el recinto.
Las butacas vacías, el escenario abandonado.
Silencio absoluto con dosis de oscuridad.
En el centro, huellas frescas de años recorridos por el mundo.
Un aroma a madera de pino y un calor medio.
Lentamente los latidos hacen eco en cada rincón.
Apresurada la tarde, cede paso a su silueta bronceada.
La línea recta se traza desde el plató hasta la última fila.
Ella suspira, hay un vaho tibio.
Observa con detenimiento, casi contando cada espacio desocupado.
A la velocidad de la luz, halla la marea ocre de la mirada ajena.
Sin el mínimo sobresalto, se detiene justo en el punto.
El puente de ambas pupilas detecta sus facciones.
Distingue la frente, las cejas, la nariz...
Ella lo observa, mientras él se queda quieto.
Dando un par de pasos desnudos, ella se sienta en el borde.
En la detección pueril, él va esculpiendo la primera palabra.
Sonora la exhalación, conmina a descender para verle de cerca.
Él se yergue y camina despacio, bajo un reflector punzante.
Atisbando a la mente, "hola" sale de sus labios pluscuamperfectos.
Ante la evidencia, él detiene su andar.
Fija sus ojos dilatados en la sonrisa contenida.
Ella lo vuelve a observar, derribando el muro.
Cinco pasos más para que él llegue a su destino.
Menos de un segundo y ella, aún sobre la escena, escudriña.
La inicial línea que era tangente se reduce a distancia corta.
"Hola", responde él, sin yelmo, espada o escudo.
En la seriedad preciosa, ella extiende sus brazos.
Recibiendo la corporeidad de su espectador, se ciñen mutuamente.
La existencia entera tiembla.
Pese al telúrico instante, ambos son invulnerables.
El compás de los latidos indistintos se vuelve uno solo.
La respiración se hace cada vez más lenta y pausada.
Conato de letargo, mantienen los ojos cerrados.
La proyección de imágenes consecutivas es una escena perfecta.
Empero, la perfección hiberna en la estrechez que los sujeta.
Compartiendo el mismo aire, cercana la calidez de la piel.
Las manos finas que de ella son imprimen su huella indeleble.
Los estigmas quedan sempiternos en la espalda del Errante.
Sin dirección artística, ella, protagonista, mantiene sujeto al andante.
Él, en cambio, yace con vida eterna, resguardado por los brazos incólumes.
El reflector se apaga y todo queda en penumbras.
Silente el universo, cierra el telón cuando dos siluetas con una.
A ti, actriz de la escena perfecta que a diario acontece