
Puedo fluir en cualquier entorno, gracias a tu amor
De pronto se oscurece el cielo. Y el océano entero parece evaporarse y unirse a las nubes del firmamento, en una ilusión de espejos y brillos lisos. Busco tu figura y parece que no existe, para mi desgracia y eterna congoja.
La mirada se me va en la noche que se prolonga por cientos de siglos. ¿Dónde están tus ojos de amanecer? ¿Dónde está tu cabello de cascadas míticas? ¿Dónde está la piel de fragancia sublime?
Ya ni siquiera pretendo vivir, porque me falta la mitad de cada segundo que continúa en la ausencia de oceánicas hazañas y noches iluminadas por una plata muy alta. Quisiera que aparecieras justo ahora, cuando la inercia se apodera de mis músculos y mueve estos huesos faltos de fuerza y vida.
Ya llegas con pasos lentos y la graciosa sonrisa que de ti es redundancia. Lentamente te acercas, sin decir palabra alguna, para extender tus brazos cálidos a mi presencia de vagabundo. Transparencia de lagos es el sentimiento que nos sintoniza en un silencio ameno, con los ojos cerrados al mundo.
En una burbuja tenemos suficiente aire para el resto de nuestras vidas, mientras todo se inunda de cariño, de paz, y subleva cada patrón existente para crear todo de nuevo. No puedo verte, pero siento cada latido tuyo, cada centígrado, cada fibra.
Ya no soy, sino que caigo y fluyo como un río que de pronto aparece en el aire y se desploma a tierra. En el suelo me arrastro sin inferioridad, yendo con lentitud hacia la primera fuente posible que me permita transitar.
Llego a un arroyo que tiene tu nombre. Con delicadeza me deslizo por un cauce tranquilo y lleno de vida. A mi paso hay juncos y lirios que bordean el camino que me va empujando. La muralla verde que construyen me impide observarte de nuevo, o al menos saber si tus pies merodean sigilosamente por aquí.
Me atrapa un río caudaloso y embravecido, que me abraza entre rocas y una marcha tan rápida que a duras penas me permite distinguir formas y líneas. De nuevo te has ido de mi vista y el perderte de pronto me hace sumergirme en una rabia que sólo tú conoces de palabra.
Quisiera ser más inmenso que el planeta entero, para encontrarte. A lo lejos veo el mar, pero siendo río hay algo que me detiene de unirme, de agigantarme. Se repite esa misma superficie lisa, como espejo, donde el cielo parece tener gravedad que lo ata al suelo. Mas no soy yo allí, no puedo seguir avanzando.
Y a mi razón limitada no llega la conciencia de que eres tú; el océano que ya ha tomado mi vértigo en su tranquilidad es el mismo cuyo nombre tenía inscrito el arroyo. Quisiera fundirme en ti, mar de silencio dulce. He aquí que soy de ti, aunque mi rapidez ya no existe y se va meciendo en el vaivén de olas que no erosionan, sino que construyen.
Y en tu lecho soñé que era agua...
A ti, ligera llovizna que a mi desierto trae la vida