Estando el sendero trazado, caminemos por él y lleguemos a su fin
Nadaría por aguas gélidas de corrientes oceánicas y despiadadas; respiraría por debajo de la superficie, entonando la melodía de ti. Llegaría a una costa de arenas suaves, coloreadas por los rayos del día y las estrellas de la noche; viviría de memorias acerca de tus manos de aroma frutal, nutriendo mis latidos lentos.
Dormiría en las faldas de las montañas, semejantes a la firmeza de tu mirada y al color de tus ojos serenos; soñaría con tu nombre, de hazañas y nacimientos, reclinado sobre mis brazos y sostenido por la madrugada del verano hirviente.
Observaría con detenimiento tu presencia, de pie frente a mi despertar, llamando a la faena diaria; petrificaría mis pasos con la sorpresa de todos los minutos escritos, de explosiones y sueños.
Pintaría tu sombra, de doncella marina, como un trazo delicado que señala el transcurso de horas lentas, de puestas de sol; moriría al momento de sentir tu mano sobre mi mejilla áspera, calmando cada grito que se ahoga en las profundidades.
Resurgiría del polvo con el solo tacto de un beso, pausado y callado, interrumpido por la respiración y un abrazo que asfixia con dulzura; me nombraría guerrero y centinela, de tus hombros con fragancia de bayas y tus brazos con suavidad de nubes.
Nombraría cada poro de tu piel, cantándole al despertar de la realidad sublime; caería por el precipicio de tus palabras, en la voz de querubín y el compás de una danza anónima.
Sería tuyo, como el aire que inhalas, como el sol que te broncea, como el agua que cae de tus lágrimas; sería tuyo, como el nómada es de su tierra, como la Luna es de su firmamento, como la noche es de su día.
Sería tuyo, como lo soy desde que nací.
A ti, cuya mirada es la aurora de todos los días vividos y por vivir.