
El mismo aire que respiras mueve cada célula del Universo
Bendigo la tarde que nació en mayo, las nubes esporádicas y delgadas, el calor tímido antecediendo la puesta de sol.
Bendigo los minutos en la dulce espera, donde la incertidumbre no encuentra lugar, donde los lugares son ciertos.
Bendigo las letras compartidas, artífices de sonrisas, vuelcos en las entrañas, sueños completos y bellos.
Bendigo las preguntas y sus respuestas, su formulación melódica y la mayéutica adictiva.
Bendigo la melomanía de mutuas proporciones, las asociaciones con espacios y tiempos, condensadas en cada canción, cada sinfonía.
Bendigo el primer amanecer insomne, con ojos cerrados para omitir al mundo y sus sistemas; una mañana clara, una noche moribunda.
Bendigo cada beso, siendo el primero; el efecto del temblor en la Tierra, el estallido interno, la búsqueda del oasis dulce y tibio.
Bendigo los trayectos recorridos, las distancias cubiertas sobre la faz del planeta; cada ínsula y montaña, cada kilómetro sumado.
Bendigo la noche eterna y memorable, en el declive de un mes; la afirmación callada que otorgó longevidad, las manos entrelazadas para no perderse en la oscuridad.
Bendigo la primera vez que floreció en el silencio; la sujeción de nuestra piel iluminada por la luz de un amor que no conoce cantidades, sino proporciones.
Bendigo los momentos de prueba y tormenta, donde eres un fulgor que aclara el camino y disipa la neblina.
Bendigo los planes de toda una vida, en binomial conjunción de viajeros en instantes eternos.
Bendigo tu nombre, pequeño y fuerte, que es el pilar de las horas que transcurren con pausas de música y aromas dulces.
Bendigo las lágrimas fusionadas durante charlas sobre ser y estar, vivir y morir.
Bendigo nuestro amor, el único que existe, el que siempre estará en prevalencia diurna.
Bendigo a la vida por traerte hasta mí y llevarme hasta los brazos compasivos que a ti pertenecen.
Te bendigo, amada existencia, por existir.
A ti, rayo de luz, esperanza en la prueba, inspiración de siempre