
¡Qué paradoja! Debería buscar libertad, pero en tu prisión me siento más libre que fuera de ella
No puedo ver. Antes distinguía millones de tonalidades y ahora sólo una, la de un oscuro vacío donde ni siquiera una sombra puede ser más negra. Dudo que pueda escribir letra alguna en penumbras. Entonces quiero saber qué le pasa a mis ojos y...
Estoy maniatado. Se supone que debo tener un poco más de fuerza con este breve miedo que me invade. Al menos podría quitar de mi vista el obstáculo que la está cegando, pero mis brazos no responden. No puedo siquiera moverme y sobre mi espalda se siente una superficie áspera y rígida, como una piedra, un acantilado. Quiero huir hacia un sitio más seguro para...
Se escuchan pasos. Lo que de pronto parecen ser pisadas apresuradas se convierten en ligeros pies impresos sobre un suelo blando y frondoso. Alguna marcha mercurial se avecina, trayendo consigo una especie de incógnita benévola, donde no hay temor alguno que tenga lugar. Por causas que desconozco, igualmente aspiro un aroma a flores de verano. Quisiera distinguir todo lo que me rodea, por lo que...
La ceguera desaparece. Un fulgor muy intenso me intercambia de invidente oscuro a espectador de luminosidad. El tacto delicado de unas manos desconocidas sobre mis sienes hace que lentamente aparezcan colores y formas, volumen y geometría. Todo luce borroso, envuelto en una niebla que ora es imaginaria, ora es real. Quizá la figura dueña de esa tibieza suave esté frente a mí, pero no puedo distinguir quién es. En unos segundos...
Unos ojos oscuros. Es una mirada sagital la que se anida sobre mi rostro desconcertado. La sorpresa de la faz observada a detalle me quita la vida y al siguiente instante me resucita. Sin aliento, no puedo ni quiero apartar la vista de tan implacable beatitud. Se dibuja una sonrisa contenida detrás de sus labios, que son a ojo desnudo sinónimo de frutal dulzura. Quiero hablar...
Muerto de nuevo por la sonrisa que es libertad. Estremecido hasta la célula más pequeña de mi existencia por el calor de su mano sobre mi diestra. Sin palabra alguna desintegra las ataduras de mis manos, retorna la luz a mis ojos y la música a mis oídos. Me lleva a sitios que desconozco, en este inconmensurable valle de fanerógama belleza. Y el viento es un susurro de románticas proporciones; la frescura de cada aroma es incienso que nos eleva hasta el Infinito mismo; ella, ahora perceptible a este sentido visual enervado, es un fragmento de ese enorme misterio.
Bendita prisión en la que estuve, hasta el punto en que esa presencia me otorgó la libertad. No obstante, si habré de tener tal recompensa después de ser sentenciado, quiero pasar por esa condena mil veces. Al final sé que habrá un valle, una mano cálida y un trayecto, una autora de vida tras tormento, de luz tras oscuridad, de eternidad tras momentáneas dificultades.
Al final, sé que estarás tú...
A ti, lo primero que veo al despertar y el rostro que aguarda en cada sueño
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