De refugios cálidos y horas apacibles es tu nombre.
Quizá no he contado sobre los sueños acontecidos, entre noches con lunas ocultas y rabietas por sus interrupciones. Quizá no han sabido acerca de la mano compasiva que me toma, la risa y la broma mezcladas en copa rebosante.
Quizá no he referido a la oscuridad amigable, la tibieza cómoda de felinos taciturnos. Quizá no he contado sobre los ojos cerrados, los labios entreabiertos que alteran los centígrados del mundo en su verano, distante refugio de latidos caminando por el desierto del día.
Quizá no han escuchado sobre los susurros dulces, espejos de la verdad por todos ignorada, por todos soslayada. Quizá nunca se oigan las palabras que emanan desde el centro de la entrega, la conjunción de los tiempos que se vuelven un todo y una nada.
Quizá exista una invidencia en torno al brillo de tu bronce, el bosque de tu mirada, el amanecer de tu sonrisa, los senderos de tu cabello. Quizá jamás se conozca el sabor de un beso brillante, de cacao y azúcar, de durazno y té.
Quizá nunca exista para la historia el infierno que me calcina cuando no sé de ti, a cuyas llamas soy paciente y silencioso. Quizá se pierda en la conciencia cada primera vez, cuando mis ojos aterrizaron sobre cada rasgo de tu feminidad sempiterna y angélica.
Quizá no hallaré espacio, vocabulario ni pauta, compás o cincel, tiempo o vida, para expresar, pronunciar, cantar, danzar, esculpir, transcurrir o vivir lo mucho y sin medida que eres. Dueña de mis segundos, de tus manos son mis respiraciones y parpadeos.
A ti, pequeña inmensidad donde puedo respirar aire puro.
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