
Así han transcurrido los meses, las mañanas, las noches; los acontecimientos, los hitos y sucesos que partieron el agua en dos para marcar las losas por donde estuvimos imprimiendo nuestras huellas binomiales. Y despertamos, y dormimos, y planeamos y soñamos. Nos bastó un puñado de días para intuir lo que estaba por venir.
Así sucumbieron las dudas y los miedos; se callaron las bocas venenosas y las palabras piroclásticas rodaron por las laderas de nuestra gran montaña. Fuimos silenciando a todos, aun sin decir palabra alguna. Nos fuimos tomando de la mano, nos fuimos besando, fuimos entregando mutuamente la mayor manifestación afectuosa. Pureza del tiempo, bien nos podrían llamar.
Ya somos una sola silueta, trazada por la Única Mano en finos contornos. Tu mirada y la mía; tus palabras y las mías; la danza y las artes marciales; la delicadeza y la disciplina; XX y XY. Fuimos creciendo en amor, nutriendo con cada inhalación y exhalación nuestras alas angélicas, fortalecidas por el romanticismo, la seriedad y la madurez. Sin abandonar nuestra infancia, nos atamos a la edad que número tras número provoca reacciones volcánicas en la Tierra que nos ve echar raíces.
Y cimentamos nuestro ensayo de hogar, nuestros apellidos fusionados. Vemos en lontananza el curso multivariado de una vida compartida, de principio a fin, desde nuestro nacimiento en mayo hasta nuestro primer año juntos.
Vaya travesía, Amor de mi Vida: de un punto a otro de la historia, repitiendo coyunturas a diestra y siniestra, siempre nuevos, siempre auténticos, siempre nosotros, enamorados y animados con fuerza y temple, enfrentando a la más temible adversidad, con las manos entrelazadas y la declaración trisílaba que no cesa de salir de nuestros labios.
A ti, que en un año me has dado más motivos para vivir que toda una vida