
La singularidad propia en el ojo del otro; sabia manera de describir la luz en la oscuridad
A veces me olvido por completo de ciertas catástrofes sucedidas meses atrás, despojando de la libertad al segundo pilar más fuerte que se tiene. Se va de la memoria el recuento de rabia e impaciencia mezclada con granos de arena cayendo lentamente del reloj. Soy un témpano que flota sobre el océano gélido.
Procuro caminar con la cabeza erguida, la respiración lenta y un paso que responde al compás de una pieza musical somnífera. Mi vista se agudiza, con la sola finalidad de apreciar cada detalle, matiz y contorno en torno de mi sombra proyectada sobre las baldosas. Y me detengo ante un destello conocido, agradable. Soy un témpano que detiene su marcha destructiva.
Sucesión de sonidos gratos y elevación de imágenes proyectadas hacia el firmamento, quimeras, realidades... ¿Estoy soñando o desperté a una realidad enervante y distinta a la previa? Aguarda ahora el mundo entero, mientras detenemos su marcha para observar, escuchar más allá de los sentidos y hablar con la propia mente. Aquí estás, aquí estoy. Soy un témpano en trayectoria de colisión con una ínsula paradisíaca.
¿Adónde fue el tiempo voraz? Ya aparecen relámpagos tormentosos, de un ópalo brillante a centímetros de distancia, de la existencia pequeña y fuerte como saeta. Es en efecto la materialización de quien irrumpió en el sueño entrecortado por la incomodidad corpórea y la dulzura de la noche. Soy un témpano que lentamente se desmorona.
Es una luz la que se vislumbra, la que roba la vista a estos ojos barnizados de caoba. Y todas las palabras audibles no se hacen presentes como suelen hacerlo, sino que van caminando furtivamente por los rincones de la conciencia. Ya no hay oscuridad, aunque sí la luminosa evidencia de que existes y siempre has existido, en la paciente marcha del sentimiento inexplicable. Soy un témpano derretido por el sol, vuelto al mar.
No es un sueño, y siendo real se vuelve lucidez...
A ti, visitante admirable en noches sin sueño
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